martes, 11 de noviembre de 2008

El momento en que estás

Todo concluye al fin nada puede escapar
Todo tiene un final todo termina

(Ricardo Soulé - 1970)


En noviembre del 2005 nació este blog, rendí mi examen de cinturón negro y me separé de mi mujer.

Y mi vida se convirtió en una aventura.

jueves, 2 de octubre de 2008

Placeres de las redes sociales

Que a los 16 años la chica que te gusta te diga que te quiere, "pero sólo como amigo" -la excusa más estúpida utilizada por las mujeres en los últimos 30 o 40 años- te despedaza el corazón y terminás abrazado a tu guitarra componiendo un tango.

A los 34, encontrar sus fotos más actuales en Facebook y descubrir que está más fea que pisar mierda en patas y casada con un chabón con cara de Corky, definitivamente no tiene precio.

lunes, 21 de julio de 2008

El chiste repetido

"No entiendo cómo las mujeres son capaces de
hecharse cera caliente en las piernas, arrancarse
los pelos de raiz, soportar tanto dolor... y luego
tenerle miedo a una araña"
(Jerry Seinfeld)


Hace un tiempo, tuve el placer de hacer una breve y apresurada recorrida por la escena del stand up local. Durante el show de Cincomediantes, escuché a Vinchu Rivera desenrrollar el siguiente gag:

"No entiendo cómo las mujeres son capaces de parir,
pueden arrancarse los pelos con cera caliente...
y después, les pedís el culo y te dicen que no, porque duele"


Tomando una cerveza con el comediante en cuestión, no dudé en dispararle un "se lo choreaste a Seinfeld". Sobre la Constitución Nacional, los Santos Evangelios y el manual de Judy Carter, jurome que no, que jamás lo había escuchado.

Y la verdad es que le creo.

Pedro Aznar dice que el rock ya está todo compuesto. Que no queda más por hacer. Que todo lo que se haga no es más que una reformulación de algo que ya se hizo antes. Y, por alguna razón -esta anécdota, entre otras- empiezo a sospechar que quizás el humor también.

Hace unos días, recibí un chiste en una de las listas de correo a las que estoy suscripto y lo re-envié a varios colegas. Uno de ellos me llamó por teléfono desde el boliche donde suele almorzar: había contado el chiste ahí y uno de los mozos se autoproclamaba autor original de esta broma.

También le creo, al mozo. Le creo como le creo a Vinchu, que el chiste haya sido un producto estrictamente de su imaginación. Lo cual no lo hace estrictamente original.

En un mundo sobresaturado de información, invadido por mil canales donde nunca hay nada para ver, blogs, youtubes, p2p's y mil sarlangas más, la velocidad propagación de cualquier manifestación humana -arte, ciencia o mera boludez- es tan veloz que ya poco nos sorprende.

Cualquier canción nos remite a otra. Cualquier chiste nos suena a repetido.

E, inexorablemente, empezamos a aburrirnos.

sábado, 12 de julio de 2008

Cuestiones de gestión

Al igual que las empresas, muchas parejas fracasan por una mala gestión. Las ideas son buenas, las intenciones son mejores aún, los recursos son abundantes, el producto es de primera línea pero -por alguna razón- el emprendimiento fracasa. Tanto en los negocios como en el amor.ç

¿A qué se debe esto? A una mala gestión. Y, por mucho que las condiciones para el éxito estén dadas, una compañía o una pareja pueden hacer agua "in no time", en general, por uno o varios (o todos) de los siguientes problemas:

Falta de objetivos: Para poder hacer, primero que nada, tenemos que saber qué es lo que queremos hacer. Todo emprendimiento tiene que tener una visión -una filosofía compartida por todos sus miembros- que debe ser concensuada y respetada. Además, debe tener una misión: convertirse en el líder del mercado, casarse, prestar un servicio de excelencia, tener hijos, producir dividendos, ser felices, o cualquier otro que el "directorio" decia plantearse. “Una clara visión de dónde estamos o como nos encontramos y -en función de eso- la fijacion de metas, son esenciales para la gestión”, explica el Ingeniero Alejandro Pomsztein, experto en sistemas de gestión de calidad, “los indicadores de calidad son como los instrumentos de navegación de un avion… sin ellos ¿cómo navegar?”

Carencia o falencia de procedimientos: Una vez que se sabe qué es lo que se quiere hacer, hay que buscar cómo hacerlo. Para esto, hacen falta pautas y procedimientos, que deben ser estudiados, analizados y -ante todo- respetados, para no perder de vista el objetivo. Para convertirse en el líder del mercado, hay que adoptar una política de ventas más agresiva. Para casarse, hay que ahorrar. Para prestar un servicio de excelencia hay que contratar personal idóneo. Para tener hijos... no creo que sea del todo necesario que explique aquí el proceso. Por esto es que, con tener clara la visión y misión, no alcanza. También hay que trabajar, y muy duro, en las formas concretas y puntuales de lograrlo.

Necesidad de mejora continua: Pero ningún procedimiento es infalible. Los métodos, los caminos para llegar al objetivo, deben ser revisados en forma permanente. Si algo que estamos haciendo no sirve para alcanzar el objetivo, debe dejar de hacerse, pues consume recursos y tiempos que bien podrían utilizarse para otra cosa. En cambio, si descubrimos que hay algo más que podría hacerse y no se está haciendo, debe buscarse la forma de implementarlo. Los procedimientos deben ser auditados en forma permanente, midiendo todo el tiempo, en base a indicadores reales y mensurables, qué tan lejos estamos de concretar la misión. Es un difícil ejercicio de humildad, revisar y reconocer errores. Pero es, por excelencia, la forma de seguir avanzando. De nada sirve una política comercial agresiva, por ejemplo, si los precios están fuera de valores de mercado. Si pese a la estrategia de marketing no se vende, porque el producto es demasiado caro, debe revisarse la estrategia... ¡O la política de precios! De nada sirve pretender casarme dentro de un año, ahorrando sobre la base de un sueldo de telemarketer o de empleado municipal. Definitivamente, el plazo para concretar la misión debe ser revisado. La gente, en el fondo, es obstinada y conservadora. Se resiste a los cambios. Sin embargo, cambiar la forma de hacer las cosas, siempre que no se pierda de vista el fin último, no está mal. Por el contrario, es el camino hacia una mejora continua.

Conflictos de liderazgo: Todo emprendimiento implica un trabajo en equipo y todo equipo necesita líderes (este es el momento en que las mujeres que lean esto empiezan a pensar cómo asesinarme, creyendo que voy a ser tan cerdo de decir "acá manda el macho", pero no es así, paciencia, que estoy yendo a otro lado). Pero esto no implica necesariamente que, entre los "socios", uno deba mandar por sobre el otro, sino que cada uno debe hacerse cargo de lo que mejor sabe hacer, aprovechando sus recursos y habilidades para garantizar el mejor resultado. Conozco dos abogados que tienen un estudio, para ejemplificar. Uno de ellos es un genio legal, que conoce todos los recovecos de la profesión y puede ganar absolutamente cualquier cosa. Pero es un poco tímido en el trato con la gente. El otro, en cambio, es un completo ignorante de la ley, que nadie logra explicarse cómo se graduó, pero es un genio de las relaciones públicas. Es un tipo capaz de venderle heladeras a los esquimales, arena a los beduinos y el mismísimo obelisco a cualquier turista inocente que pase por ahí. Estos dos profesionales son completamente incompetentes sin el otro y están condenados a fracasar tanto si se separan como si intentan invertir los roles. Cada uno es líder en lo suyo, reconociendo sus virtudes y sus falencias, respetando las virtudes del otro y complementándose a la perfección. Creo que el paralelismo con una pareja es completamente innecesario. “He vistp parejas enfrentarse cuando aparecen cosas que quedan fuera de la capacidad de decisión de cada uno”, dice el Padre Quintino Hadagab, “un joven amoroso, dulce y romántico, pero que tenía una personalidad que requería del otro la sumisión en el orden de las decisiones, tenía la gran habilidad de mostrar elocuentemente cómo la mejor decisión era la suya indudablemente… por supuesto que aparecieron paulatinamente los problemas con su pareja, sobre todo cuando ella tuvo cuestiones que no dependían de él y empezaron a exigirse mutuamente”.

Así y todo, una buena gestión no asegura el éxito. Pero, al menos, sirve para ir corrigiendo el rumbo sobre la marcha y, ante un fracaso, poder identificar las razones, para no volver a cometer los mismos errores.

Una empresa o una pareja que tiene claro a dónde va y cómo quiere hacerlo; que tiene la humildad para ir puliendo las aristas y corrigiendo errores; y que tiene en claro quién es quién dentro de la mecánica de la sociedad, tiene al menos la mitad del camino recorrido, la mitad de la batalla ganada.

En el pasado fracasé, como marido y como empresario, pero me aprendí un par de trucos por el camino. Es parte de mi propio programa de mejora continua.

Ahora, quiero que mi pareja lleve un sello que diga ISO9000.

lunes, 2 de junio de 2008

Suicidas irrespetuosos

Estimado suicida:

Entendemos que tirarse debajo de un tren es -definitivamente- una de las formas más vistosas de quitarse la vida. La imponencia de la locomotora, las manchas de sangre y los fragmentos de tu anatomía desparramados en varios metros cuadrados a la redonda hacen de tu suicidio un espectáculo inolvidable para testigos casuales y parientes que, inclusive, hasta quizás te asegure tus 15 nanosegundos de fama en Crónica TV. Comprendemos también que, si tu vida es una mierda tal que has decidido dejar vacante tu puesto en el mundo, pretendas -al menos- irte con un toque de espectacularidad.

Sin embargo, quisiéramos pedirte, en nombre de la gran masa trabajaora, que tengas la mínima cortesía de evitarte el suicidio en HORA PICO. Esperamos que, así como nosotros tratamos de tener algo se empatía para con tu situación, sepas comprender que los pasajeros de los trenes de esta ciudad NECESITAMOS del servicio para trasladarnos desde y hacia nuestros trabajos.

Matate, si querés. No vamos a oponernos ni intentaremos impedírtelo. Pero, POR FAVOR, hacelo en un horario donde NO JODAS a los millones de giles que sí QUEREMOS VIVIR.

martes, 22 de abril de 2008

Me cago en Paramount

Cuenta la leyenda urbana que, cuando Carlos Gardel viajó a New York para firmar contrato con los estudios Paramount para un puñado de películas, como ninguno de los miembros de la comitiva tanguera hablaba inglés, les proporcionaron un intérprete: un norteamericano que, con más buena voluntad que conocimientos, intentaba traducir de un idioma al otro, lidiando de manera un tanto torpe con el argot porteño.

A mitad de la reunión, al Zorzal Criollo le habrían entrado muchas ganas de cagar. Sin embargo, no podía excusarse y abandonar la sala, por lo que no estaba de su mejor humor. Entonces, uno de los empresarios americanos preguntó qué opinaba el intérprete de las condiciones del contrato, a lo que respondió:

"Tengo un tereso en la tapuer del locu"

Alegre, el traductor repitió:

"Ah... Tiene un interés loco"

jueves, 17 de abril de 2008

La historia, en la tele

Si recuerdo algunos hechos históricos que sucedieron durante mi infancia, es gracias a la tele. Tal como conté en algún momento, tengo un vívido recuerdo de la muerte de John Lennon, pese a que tenía sólo seis años y ni la más mínima idea, en esa época, de la dinmensión de ese asesinato.

Mi recuerdo, en cambio, sobre las muertes en el Vaticano, está íntimamente relacionado con el Show de los Muppets. No sé a ciencia cierta a qué hora solía volver yo del jardín, pero sí tengo un recuerdo muy fuerte de la sensación del piso frío de baldosas del comedor de casa, donde me sentaba, ni bien llegaba, a ver a los Muppets. También recuerdo vívidamente mi odio visceral, a la tierna edad de cuatro añitos, contra la Iglesia Católica en general y contra la persona del Papa Pablo VI en particular. Obviamente, a tan corta edad, ni por asomo comprendía las implicancias de la muerte de un Sumo Pontífice, ni era capaz de seguir las alternativas del Cónclave que designaría al sucesor al Trono de Pedro. Lo único, en ese momento, que me rompía soberanamente las pelotas, era que la televisión local -en señal de luto por la muerte de un señor de blanco cuya función en el universo no llegaba a comprender- suspendía toda programación de entretenimiento, incluyendo a los Muppets.

No recuerdo haber celebrado la coronación de Juan Pablo I, aunque seguro me alegró que los dibujitos volvieran a la pantalla. Pero sí recuerdo claramente haber llorado su muerte, tan sólo un mes después. Un nuevo duelo y un nuevo Cónclave desterrarían a Tom & Jerry de mis tardes hasta la llegada del Papa que vino de Polonia.

Poniéndome ligeramente freudiano, quizás esto explique mis conflictos de adolescencia con la autoridad eclesial.

Nací en 1974, un mes después de la muerte de Perón y casi dos años antes del golpe de estado que derrocaría a su viuda y que sería el puntapié inicial del Proceso de Reorganización Nacional. No tengo recuerdos de la dictadura, aunque sí me da vueltas en la cabeza una imagen de Videla, Massera y Agosti gritando un gol de la selección en el Mundial '78. Sin embargo, no estoy del todo seguro de realmente haber visto esa imagen en mi infancia, o si es un recuerdo "implantado", por decirlo de alguna manera, cuando hicimos en su momento -con Alfredo Serra, Juan Araujo y un puñado de colegas más cuyos nombres no recuerdo- el libro especial por los 30 años de la revista Gente, donde habíamos cariñosamente apodado a la imagen como "los tres chiflados".

Pero de lo que si me acuerdo, sin lugar a dudas, es del final de los años más duros de la historia local. La escena transcurre en el living del departamento de mi abuela. Y lo que más me viene a la mente de esa tarde es la cara de felicidad de la mamá de mi mamá ante las palabras de un tipo de uniforme que hablaba por cadena nacional. Tiempo después comprendería que el uniformado era el General Bignone, anunciando el llamado a elecciones.

Quizás sea por eso, por los recuerdos vagos de una época cruel y despiadada, que me cuesta tanto identificarme con el dolor de los desaparecidos, sus madres y sus hijos.

Como a tantos de mi generación.

Lo que sí recuerdo claramente es un devastador incendio en las instalaciones de Canal 13 y la imagen del Pato Carret transmitiendo su matinal "Patolandia" parado en el techo de un movil de exteriores, porque de los estudios no había quedado nada; y la anécdota -casi mutada en leyenda urbana- de Tato Bores entrando al edificio en llamas para rescatar su smoking y su peluca.

Pero, claro, al lado de la muerte de un Papa o el inicio de una dictadura, son puras frivolidades.

jueves, 10 de abril de 2008

Viejas fotos

Nos dio por mirar viejas fotos. Pero cuando hablo de "viejas", me refiero a realmente jurásicas, casi daguerrotipos. Mi nacimiento, bautismo, montones de cumpleaños, aburridísimos actos escolares. Estuvimos casi un par de horas, revolviendo álbumes de esos adhesivos, cuya capacidad de mantener las fotos en su lugar se desvaneció antes de que Menem llegara a la presidencia.

Y no pude evitar preguntarme -justamente yo, que le disparo a todo lo que se me cruce delante de la lente- para qué fotografiamos.

Creo que, en el fondo, y si se me permite la psicología y filosofía de barrio, sacamos fotos porque no confiamos en nuestra propia capacidad de recordar. O, al menos, de evocar a gusto ciertos momentos y ciertas sensaciones. Fotografiamos para aferrarnos al pasado, porque no creemos que nuestra mente, usualmente sobresaturada de cosas que no necesitamos, sea capaz de traernos de regreso, en el momento en que más lo necesitemos, qué se sentía un abrazo de papá, cómo era la sonrisa de mi hermana a los cinco años, cómo era esa expresión que ponía mi hermano cuando estaba por hacer alguna atorrantada bartsimpsiniana, cómo picaba la arena en las manos cuando hacíamos castillos de arena en Mar de Ajó, cómo ardía la piel de un verano al sol o la voz de mi vieja cantando "yo tengo un caballo verde".

Jerry Seinfeld dice que el mayor miedo de la gente es a hablar en público. O a la muerte. Quizás ese sea el mayor miedo de la gente más o menos normal.

Los que sacamos fotos, a lo que más le tenemos miedo, es al olvido.

jueves, 20 de marzo de 2008

No hago otra cosa que pensar en mi

Sentado en un banquito, en el lavadero de casa, finalmente he logrado entender a los egocéntricos. O, al menos, esbozar una teoría razonablemente simpática sobre por qué estos especímenes -que tanto abundan en nuestra ciudad- pueden resultarnos, por momentos, completamente detestables.

El lavarropas está en modo centrifugado y veo, a través de esa especie de ojo de buey en el frente del aparato, a través de esta ventana a un apasionante mundo giratorio, la ropa pegada contra las paredes del tambor.

De a poco, a medida que la máquina gira con más velocidad, la tela húmeda se va desprendiendo del agua. Es el efecto de la fuerza centrífuga: la fuerza de reacción ejercida por un objeto que describe un recorrido circular, la inercia generada por ese movimiento circular -y tengo la certeza de que la tercera ley de Newton algo tiene que ver en todo esto- sobre otros objetos. “Todo cuerpo que gira”, explica el Sabón Nim Pablo Grimalt, instructor de taekwondo y Director de TKD Borealis, “genera una fuerza expansiva que, si no tiene una estructura que la contenga, produce una fuga en sentido tangencial a la trayectoria del círculo”.

Los egocéntricos son como el tambor de un secarropas. Giran sobre sí mismos a tal velocidad que logran repeler todo a su alrededor, como el centrifugado de mi viejo Drean repele el agua. Todo lo que esté en contacto con un cuerpo que gira sobre sí mismo a alta velocidad, por efecto de la fuerza centrífuga, es expulsado hacia fuera. Hablando tanto de mecánica y física newtoniana como de personalidades centradas en el propio ego, encargado de “satisfacer al yo merced a una transformación de lo real en función de los deseos”, en palabras de legendario -y tan defenestrado por sus teorías sobre el egocentrismo infantil- Jean Piaget.


DEL CENTRO HACIA FUERA

Según el diccionario de la Real Academia Española, el egocentrismo es la “exagerada exaltación de la propia personalidad, hasta considerar como el centro de la atención y actividades generales”. O, como lo define Roberto, que además de ser cura sabe mucho de la vida, “el egocéntrico es aquella persona que arma su existencia y la de los demás en torno a sí mismo”.

Pero… ¿Por qué el egocéntrico nos resulta repulsivo? ¿Por qué nos aleja, como una gigantesca fuerza centrífuga emocional? “Por nuestra naturaleza social”, explica el Padre Roberto. Es que, en una estructuración sana de la personalidad, según el clérigo, “el ser humano debe pasar de pensar sólo en sí mismo y ser el centro del universo a pensar en el otro; la evolución personal y social positiva se da por ese pensar en el otro”.

“No creo que el egocéntrico repela de por sí a la gente”, disiente a medias Pablo Grimalt, “veamos si no, por ejemplo, el caso de las grandes estrellas del espectáculo: pocos son tan egocéntricos y, sin embargo, en vez de repeler, atraen… En el fondo, lo que el egocéntrico repele no es al otro, sino que repele las relaciones sanas”. Y suena razonable, dado que la relación del fan con su objeto de admiración no es una relación “sana” en sí misma, sino que es una relación unilateral. “La relación sana”, continúa Grimalt, “es aquella que a través de los dos permite el crecimiento, donde los dos pueden desarrollarse”.

El psicólogo norteaméricano Carl Rogers -quizás el padre fundador del councelling- afirmaba que todos los organismos tienen una tendencia actualizante, que se inclinan naturalmente a desarrollarse para llegar al máximo de su potencial. “En la naturaleza”, afirma Sabón Grimalt, “una planta se desarrolla si encuentra las condiciones… de otro modo, el árbol nunca llega a ser un árbol. El ser humano tiende a realizarse a través de las relaciones y no se desarrolla si no es a través de una relación”.

El egocéntrico “molesta”, a nivel social y emotivo. Porque, al centrarse sobre sí, al girar locamente como una máquina centrífuga, se desprende del otro. De ese otro necesario para la vida en sociedad. Y así, en su eterna tendencia a quedarse solo, en su interminable desdén por el otro, se pierde de un enorme potencial de crecimiento, de desarrollo, de ser.


La nota completa, en el próximo número de Metrópolis

jueves, 13 de marzo de 2008

El fin de las chicas transgénicas

La capacidad de adaptación de las especies de este planeta es sencillamente notable. Sí, ya sé, estoy hablando como si fuera un extraterrestre recién llegado del planeta Frenobulax. Pero a veces me siento un poco así. Y la capacidad de las especies -sobre todo, de la especie humana- para adaptarse al entorno, no deja nunca de sorprenderme.

Las razas oriundas del África, por ejemplo. Fuertes. Veloces. Oscuros como las sombras de la jungla. Adaptados a su ecosistema para cazar y procurarse el alimento sin ser notados por sus presas. O los habitantes de los polos, tanto más adaptados al frío que los mundanos personajes de ciudad; los nativos del Caribe, mucho más resistentes a los rayos del sol; o los moradores de los desiertos, tan aptos para soportar el intenso calor.

Con las oleaginosas ha sucedido lo mismo. El trigo se volvió flexible, para soportar el viento. El maíz se generó una “caparazón” para protegerse de las plagas. El girasol desarrolló la capacidad de rotar sobre sí mismo, para asegurarse una fotosíntesis más eficiente.

La soja es la única descolgada, la oveja negra de la familia.

Plantucha insignificante, muy parecida a la marihuana, vista a ojo desnudo, la soja es altamente vulnerable. La afecta todo. Se quema con las heladas. Se seca con el calor. Se la comen los bichos. La soja es una planta maricona, cuya única función en el universo es ser servida, en forma de salsa, sobre un buen corte de cerdo, en el antro favorito del Chinatown.

Sin embargo, cuando la soja debería haber seguido el curso natural de la evolución y desparecido de la faz de la tierra, tal como San Darwin lo ordena, vino el hombre y metió la mano. Jugueteando con el genoma de nuestra verde amiguita, inventó la soja transgénica, una especie con más o menos las mismas propiedades que su versión original, pero mucho más robusta, debidamente preparada para soportar el calor mejor que un beduino, el frío mejor que un esquimal y la voracidad de los traviesos bichitos del campo sin necesitar una tonelada de plaguicida por cada metro cuadrado de campo sembrado.

El problema, el verdadero y gran problema, surgió cuando se empezaron a mezclar los tantos. No se sabe a ciencia cierta si fue producto de una afiebrada mente en un laboratorio de clonación o si fue un mero accidente. Pero el resultado fueron ni más ni menos que las chicas transgénicas.

Como si algún cromosoma se hubiera pasado de mambo con los esteroides, apareció esta raza de niñas que nunca miden menos de 1.75 m. Considerando nuestra herencia, primariamente itálica y española, ver por la calle niñas de estas estaturas es, por lo menos, como para pegarse un buen susto. Son todas rubias, como si un tacho de lavandina se hubiera volcado sobre el cocktail genético equivocado y tienen las curvas de una pista de aterrizaje. “Las chicas muy altas y muy flacas, sin curvas”, dice Benito Fernández, el afamado diseñador de alta costura, “son ideales para mostrar una colección en una pasarela, porque son muy estilizadas… ¡Pero no son reales!”

Solían poblar las tapas de nuestras revistas del corazón, mostrando sus desnutridas nalgas en cola-less, en los alocados años ‘90. Pesaban menos de cincuenta kilos y, en general, sus medidas oscilaban los 70-60-70. Como el trigo, darían la impresión de que fueran a doblarse si se las sopla muy fuerte.

“Las modelos aburrieron como símbolo sexual”, agrega German Pitelli, editor de la revista Maxim y todo un experto en seleccionar para sus ya legendarias tapas a señoritas curvilíneas, “pero el gusto masculino ha cambiado y hoy gustan las chicas más pulposas”. El modisto favorito de la Princesa Máxima Zorreguieta coincide: “El gusto de los argentinos se inclina hacia las chicas con más redondeces, que lucen mucho más; y me parece completamente ridículo poner el deseo en algo que no es real”.

Así y todo, las chicas transgénicas, al igual que la soja, siguen vendiendo. En el mercado actual de la moda, “ambos esterotipos tienden a convivir en armonía, y no hay uno predominante”, dice Gastón Stati, director de Dotto Models, “cada mujer tiende a buscar el estilo que naturalmente posee, y adapta su look y su personalidad a lo que la naturaleza le dio”. Hay tantas campañas publicitarias con chiquillas semidesnutridas, como hay variedades de milanesas, brotes, harinas y porotos de soja en las góndolas de los supermercados. En apariencia, cada “marca” de soja (o cada chicuela) tiene su propia onda, su propia personalidad; pero tras probarlas se descubre tristemente que no sólo no son para nada nutritivas, aunque nos quieran hacer creer lo contrario, sino que no tienen sabor a nada.

”Por suerte, pareciera que, con el tiempo, las modelos de pasarela han dejado de ser el referente de belleza femenina”, remata Fernández.

Y eso es bueno. Como para no olvidarse que, por mucho que esté de moda la soja transgénica, a los hombres argentinos, las mujeres nos siguen gustando con lomo, jugosas, a caballo y -de ser posible- con papas fritas.

miércoles, 5 de marzo de 2008

De amores oscuros y otros demonios

Me opongo terminantemente. Me resisto de la forma más terca posible. No puede ser. No estoy de acuerdo.

El amor duele. Al menos eso proponen la dramaturgia shakespeareana, los sonetos de Garcilaso de la Vega, las letras de boleros y tangos, y las telenovelas mexicanas. No me digan que no lo habían notado. En todos las expresiones artísticas que condicionan nuestra mentalidad de pseudo-occidentales modernos, el amor y el sufrimiento van juntos como uña y carne.

Romeo y Julieta, para empezar sólo por la tragedia más famosa de Billy Shakespeare, donde proclama que “el amor es tosco, rudo, bullicioso y pica como una espina” y donde ambos protagonistas terminan muriendo. "Estoy continuo en lágrimas bañado, rompiendo el aire siempre con suspiros, mas temo nunca osar deciros que llegado por vos a tal estado", Garcilaso, por favor, no te pases de rosca. Y ni hablar de los patéticos lamentos de los tangueros (o bolerudos) abandonados por esa malvada "percanta que me amuraste" o pidiendo a gritos “arráncame la vida de un tirón, que el corazón ya te lo he dado”. Y ni hablar de las peripecias que deben pasar los amantes de culebrón para estar juntos. ¡Hasta el mismísimo San Pablo proclama que el amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”!

“El artista es, en general, un alma emotiva y sensible”, explica Jorge Durietz, ex guitarrista de “Pedro & Pablo”, compositor y -prácticamente- una leyenda viviente en la historia de la música popular argentina, “por lo tanto, el alma del artista es blanda, débil y vulnerable; de ahí que necesite una constante y regular confirmación de que es querido y valorado. La falta de ese calor le genera automáticamente dolor y miedo a su propia nada…. Como a casi todos los seres humanos”.


TUS SUEÑOS MÁS OSCUROS


“Cierra tus ojos y entrégate a tus sueños más oscuros”
(del musical “El Fantasma de la Opera”)

Hace unos días venía en el auto con mi hijo y, como de costumbre, venía yo cantando. No canto bajo la ducha, pero canto dentro del auto. Y venía cantando "Music of the night", una de las canciones más dulces y tétricas del archifamoso "Phantom of the Opera", de Sir Andrew Lloyd Webber.

Cada vez que canto en inglés, no puedo evitar que Patito me pregunte: "Papá... ¿Qué dice la letra?". Por supuesto que el enano, proyecto de ñoño, digno hijo de su padre, ya conoce la historia del Phantom pero... ¿Cómo explicarle "Music of the night" a un nivel que un niño de ocho pueda entender?

"A ver...", empecé, "El fantasma es malvado, es oscuro, es tétrico" (breve pausa para explicar "tétrico") "pero está muy enamorado de Christine". El pequeño escuchaba atentamente, así que continué: "El problema es que el fantasma es 'oscuro' y Christine, en cambio tiene 'mucha luz'. Entonces, el fantasma, para estar con ella, le pide que se vuelva 'oscura' como él".

Por supuesto que ella, si bien se ve tentada, termina por dejar al Phantom y se engancha con Raoul Vicompte de Chagni, que es lindo y está lleno de plata. Sin embargo, a mi hijo no le terminaba de cerrar, así que saqué la artillería pesada.

"Mirá, Pato... Esto es como Luke y Darth Vader. Vader se pasó al lado oscuro y, como quiere a su hijo con él, quiere que también se pase... La invitación que le hace el fantasma a Christine es igual, es una invitación al lado oscuro". La sonrisa de mi hijo indicaba que había entendido. Y que entendía la negativa de Christine, como entendió la de Luke.


EL AMOR BIEN ENTENDIDO EMPIEZA POR CASA


“El amor según yo sé es un agua muy limpia que aumenta”
(del musical “El diluvio que viene”)

Todas las expresiones artísticas comunes -desde la elevadísima poesía del siglo de oro español hasta la melindrosa pluma de Alberto Migre, que sin embargo muy bien decía que “sólo el amor y la muerte modifican nuestra existencia”- nos indican que el camino hacia el amor verdadero y pleno debe estar plagado de sinsabores, amarguras y -ante todo- de mucho dolor. “Generalmente lo que duele es no obtener el amor; y el deseo siempre es la marca de una ausencia”, dice Onna Pacheco, Licenciada en Letras y guionista de telenovelas, “así, esa ausencia genera conflicto y el conflicto es la esencia de la narración… sin conflicto no hay mucho que escribir… en la literatura, cuando el amor se obtiene, la novela se acaba”. ¿Será sólo eso? ¿La necesidad de conflicto a efectos dramáticos? “La decepción por amor es muy profunda y eso provoca al artista a producir”, dice el cantante José Angel Trelles, “si duele, se escribe”.

El amor -o más bien su ausencia, ese deseo insatisfecho- duele. “Duele la deslealtad, la ausencia, el desamor”, continúa Trelles, “pero nunca el amor”. El amor no debe doler. Es necesariamente alegre "per-se". Se regocija en su mera existencia. Es la culminación de la felicidad en sí misma, “uno de los grandes motivos de alegría y lo que mantiene vivo el espíritu del artista”, concluye el cantante favorito de Astor Piazzolla.

Por eso me niego. Me resisto. No pienso sufrir por amor. Porque deshonraría a ese mismísimo amor, si desperdiciara un sólo segundo en lágrimas de telenovela.

El "lado oscuro", que todos llevamos dentro, es un camino muy tentador, sobre todo por lo fácil. La debilidad por entregarnos a ese "gemelo malvado", nuestro o de otros, aflora todo el tiempo. Y el que no haya invitado a otro, sobre todo a un ser amado, a una excursión por su propio infierno personal, que tire la primera piedra.

Con el tiempo, y no sin lágrimas, he aprendido a no arrastrar a nadie más hacia mi propia oscuridad.

Ahora más bien espero que alguien me arrastre hacia su luz.

Y lo que opinen Shakespeare, Garcilazo, Manzanero, Troilo y Migré, me tiene bastante sin cuidado.