jueves, 17 de abril de 2008

La historia, en la tele

Si recuerdo algunos hechos históricos que sucedieron durante mi infancia, es gracias a la tele. Tal como conté en algún momento, tengo un vívido recuerdo de la muerte de John Lennon, pese a que tenía sólo seis años y ni la más mínima idea, en esa época, de la dinmensión de ese asesinato.

Mi recuerdo, en cambio, sobre las muertes en el Vaticano, está íntimamente relacionado con el Show de los Muppets. No sé a ciencia cierta a qué hora solía volver yo del jardín, pero sí tengo un recuerdo muy fuerte de la sensación del piso frío de baldosas del comedor de casa, donde me sentaba, ni bien llegaba, a ver a los Muppets. También recuerdo vívidamente mi odio visceral, a la tierna edad de cuatro añitos, contra la Iglesia Católica en general y contra la persona del Papa Pablo VI en particular. Obviamente, a tan corta edad, ni por asomo comprendía las implicancias de la muerte de un Sumo Pontífice, ni era capaz de seguir las alternativas del Cónclave que designaría al sucesor al Trono de Pedro. Lo único, en ese momento, que me rompía soberanamente las pelotas, era que la televisión local -en señal de luto por la muerte de un señor de blanco cuya función en el universo no llegaba a comprender- suspendía toda programación de entretenimiento, incluyendo a los Muppets.

No recuerdo haber celebrado la coronación de Juan Pablo I, aunque seguro me alegró que los dibujitos volvieran a la pantalla. Pero sí recuerdo claramente haber llorado su muerte, tan sólo un mes después. Un nuevo duelo y un nuevo Cónclave desterrarían a Tom & Jerry de mis tardes hasta la llegada del Papa que vino de Polonia.

Poniéndome ligeramente freudiano, quizás esto explique mis conflictos de adolescencia con la autoridad eclesial.

Nací en 1974, un mes después de la muerte de Perón y casi dos años antes del golpe de estado que derrocaría a su viuda y que sería el puntapié inicial del Proceso de Reorganización Nacional. No tengo recuerdos de la dictadura, aunque sí me da vueltas en la cabeza una imagen de Videla, Massera y Agosti gritando un gol de la selección en el Mundial '78. Sin embargo, no estoy del todo seguro de realmente haber visto esa imagen en mi infancia, o si es un recuerdo "implantado", por decirlo de alguna manera, cuando hicimos en su momento -con Alfredo Serra, Juan Araujo y un puñado de colegas más cuyos nombres no recuerdo- el libro especial por los 30 años de la revista Gente, donde habíamos cariñosamente apodado a la imagen como "los tres chiflados".

Pero de lo que si me acuerdo, sin lugar a dudas, es del final de los años más duros de la historia local. La escena transcurre en el living del departamento de mi abuela. Y lo que más me viene a la mente de esa tarde es la cara de felicidad de la mamá de mi mamá ante las palabras de un tipo de uniforme que hablaba por cadena nacional. Tiempo después comprendería que el uniformado era el General Bignone, anunciando el llamado a elecciones.

Quizás sea por eso, por los recuerdos vagos de una época cruel y despiadada, que me cuesta tanto identificarme con el dolor de los desaparecidos, sus madres y sus hijos.

Como a tantos de mi generación.

Lo que sí recuerdo claramente es un devastador incendio en las instalaciones de Canal 13 y la imagen del Pato Carret transmitiendo su matinal "Patolandia" parado en el techo de un movil de exteriores, porque de los estudios no había quedado nada; y la anécdota -casi mutada en leyenda urbana- de Tato Bores entrando al edificio en llamas para rescatar su smoking y su peluca.

Pero, claro, al lado de la muerte de un Papa o el inicio de una dictadura, son puras frivolidades.