jueves, 10 de abril de 2008

Viejas fotos

Nos dio por mirar viejas fotos. Pero cuando hablo de "viejas", me refiero a realmente jurásicas, casi daguerrotipos. Mi nacimiento, bautismo, montones de cumpleaños, aburridísimos actos escolares. Estuvimos casi un par de horas, revolviendo álbumes de esos adhesivos, cuya capacidad de mantener las fotos en su lugar se desvaneció antes de que Menem llegara a la presidencia.

Y no pude evitar preguntarme -justamente yo, que le disparo a todo lo que se me cruce delante de la lente- para qué fotografiamos.

Creo que, en el fondo, y si se me permite la psicología y filosofía de barrio, sacamos fotos porque no confiamos en nuestra propia capacidad de recordar. O, al menos, de evocar a gusto ciertos momentos y ciertas sensaciones. Fotografiamos para aferrarnos al pasado, porque no creemos que nuestra mente, usualmente sobresaturada de cosas que no necesitamos, sea capaz de traernos de regreso, en el momento en que más lo necesitemos, qué se sentía un abrazo de papá, cómo era la sonrisa de mi hermana a los cinco años, cómo era esa expresión que ponía mi hermano cuando estaba por hacer alguna atorrantada bartsimpsiniana, cómo picaba la arena en las manos cuando hacíamos castillos de arena en Mar de Ajó, cómo ardía la piel de un verano al sol o la voz de mi vieja cantando "yo tengo un caballo verde".

Jerry Seinfeld dice que el mayor miedo de la gente es a hablar en público. O a la muerte. Quizás ese sea el mayor miedo de la gente más o menos normal.

Los que sacamos fotos, a lo que más le tenemos miedo, es al olvido.